Sepultura de D. Valentín Mireles Deza. Cementerio San Atilano. Zamora |
El gran
impulso que experimentó la Semana Santa a partir de la segunda mitad del siglo
XX dejó en el olvido a muchos de los que la habían llevado al esplendor por la
que se la conocía entonces. Mesas doradas de “ojos de buey”, faroles de
hojalata y túnicas y mantos bordados a mano se retiraron en pro de una
modernidad que no valoraba ya la estética decimonónica ni a sus artífices,
muchos de ellos anónimos. Sin embargo Valentín Mireles fue uno de los que dejó
vinculado su nombre para siempre a la Semana Santa mediante su pasión por el
bordado en oro. Afortunadamente desde hace unos años se han puesto en valor sus
obras conservadas, restaurándose y empleándose de nuevo en los desfiles
procesionales.
Valentín
Mireles Deza, hijo de Pedro Mireles y Ángela Deza, nace en al año 1833 en la
localidad vallisoletana de Mota del Marqués, a escasos 25 Km. de la ciudad de
Toro[1].
Desarrolló la carrera militar llegando a alcanzar la categoría de Comandante de
Caballería y fue condecorado con varias cruces. Debió de establecerse en Zamora
a muy temprana edad pues se le tuvo y
consideró siempre como hijo de esta Ciudad […][2] donde era respetado y querido por todos,
especialmente por los niños que, a menudo, se le acercaban pidiéndole que les
enseñara la onza, una moneda de oro con la efigie de Carlos III que siempre
llevaba en uno de los bolsillos de su chaleco, fingiendo sorpresa como halago a
su poseedor para así recibir algunos caramelos que también solía llevar el
bueno de Mireles[3].
Desde muy
joven se interesó por el mundo del bordado en oro aunque no se sabe de dónde le
pudo venir la afición o dónde pudo adquirir los conocimientos para desarrollar
tal compleja tarea en la que adquirió una destreza admirable que queda patente
en sus numerosas y excelentes obras conservadas en la ciudad, […] ni el oro ni la plata ni la seda tenían secretos para él en cuanto se
refiere a su aplicación en el bordado.[4] La
importancia y calidad de sus trabajos queda de manifiesto en las crónicas de la
visita que realizara Alfonso XII a la ciudad de Zamora en Septiembre de 1877
donde el Rey empleó un gran espacio de
tiempo en esta visita,[…][5] recorriendo
detenidamente las distintas estancias del Hospicio, hoy Parador de Turismo,
donde le llamó especialmente la atención las prendas expuestas en la ropería,
casullas y capas pluviales así como paños de distintos regimientos militares
realizadas por las acogidas del
Establecimiento […] [6] bajo
la dirección de Mireles. Y es que parece ser que Mireles instruyó a las niñas
acogidas en el Hospicio en el arte del bordado en oro y también a las señoritas
de la buena sociedad zamorana, estableciendo una academia de bordado en la
ciudad[7],
donde se materializaron lo que debieron ser sus diseños y a las que suponemos
debió de enseñar la técnica del bordado con hilo de oro, dedicándose a
controlar y supervisar los trabajos, pues además su interés no era para nada
lucrativo ya que donaba sus obras cobrando, en ocasiones, sólo el material
empleado, 194 pesetas en el caso del manto de la Soledad.[8]
La grandeza de
Mireles en lo que se refiere al bordado consiste en lograr piezas de gran
calidad con una reducida cantidad de tipos de hilos de oro y los puntos más
sencillos. A diferencia de cómo se hace en la actualidad, Mireles siempre bordó
directamente sobre el terciopelo mezclando técnica plana y a realce, es decir,
relleno de algodón para así proporcionar volumen a la pieza, y cartulina lisa, denominada
así por tener el alma del dibujo en cartulina cubierta con hilo de oro de
extremo a extremo. En el caso del bordado en oro, los hilos no atraviesan la
tela para formar los dibujos sino que se van extendiendo sobre la superficie
previamente tensada, y se van fijando mediante puntadas con hilo de seda
amarillo para así fijar el de oro de forma invisible; la manera de disponer las
puntadas o pasadas determinará el tipo de punto empleado. Mireles empleó
fundamentalmente dos de estos puntos, el cetillo y la media onda tanto en
técnica plana como a realce. La gran vistosidad de estas piezas se debe en parte
a la acertada mezcla de estas tres técnicas de bordado.
Detalle de la mezcla de técnicas en el manto de Nuestra Madre |
Mireles
empleaba hilos de oro torzal, muestra, moteado, brizcado y liso. El hilo de oro
en realidad se trata de un hilo de seda sobre el que se enrolla una lámina muy
fina de plata con un baño de oro de 24 kt., denominado oro fino. El hilo más
sencillo es el liso o camaraña a partir del cual se tejen el resto de tipos
dotándolos de distintos grosores, brillos y formas que determinarán el uso
dentro del bordado. Además empleó hojilla, canutillo y lentejuelas, éstos si
fabricados exclusivamente en plata dorada. Característico en sus obras es el
empleo del canutillo de oro en las estrechas grecas que enmarcan todas sus
piezas y las lentejuelas en los nervios de los motivos vegetales.
Sorprende el
hecho de que fuese ya una persona con renombre en la ciudad cuando Alfonso XII
la visitara en 1877 y que no fuera hasta 1886 cuando realizara lo que parece
ser su primer trabajo para la Semana Santa
salido de su “taller”, el manto y saya que donara para la nueva imagen de la Soledad de la Congregación que
Ramón Álvarez entregara ese mismo año y con él que seguramente debió de tratar
para confeccionar las ropas en la medida adecuada. Se trata de un manto bordado
profusamente en su contorno con motivos vegetales aparentemente caóticos pero
con estudiado orden y simetría compuestos a base de grandes hojas de cardo que
se entrelazan con tallos, hojas y flores, rematado con una estrecha cenefa
exterior geométrica y que Mireles repite en todas sus obras con distintos motivos
decorativos. La saya a juego se decora en los pies añadiéndose, en el centro de
la composición, la corona con los tres clavos. Empleó aquí el bordado a realce
en cardos y flores, el liso en las hojas y el de cartulina en los tallos,
además del canutillo en la cenefa exterior y las lentejuelas para los nervios.
Postal antigua. Librería Religiosa de Jacinto González |
[1] Registro Civil de Zamora, Tomo 58, p.175, Nº. 347, Sección 3ª.
[2] El Correo de Zamora, 17/05/1901.
[3] El Correo de Zamora, 10/06/1953.
[4] El Correo de Zamora, 10/04/1943.
[5] El Correo de Zamora, 27/05/1946.
[6]Ibídem.
[7] El Correo de Zamora, 10/04/1943.
[8] DELGADO DE CASTRO, L. F.: “La Soledad. Cien años”. Cofradía de
Jesús Nazareno. Zamora, 1986.